Talk to Lisa




A Leti le gustaba bailar sola. Mientras se vestía por las mañanas antes de ir a trabajar o se calentaba el café en el microondas, mientras estiraba las sábanas o acomodaba los almohadones del sofá, mientras ordenaba todo lo que a su gusto tendía a desordenarse demasiado rápido, daba pasos de baile al ritmo de una música que siempre estaba sonando en su interior.

Aquella mañana despertó pensando en Lisa. ¿Había soñado tal vez con ella? Soñolienta se arrastró hacia el comedor tratando de recordar cuándo había sido la última vez que se habían visto. Sacó una taza del armario y se disponía a preparar unas tostadas cuando vio que la pecera estaba tan turbia que apenas podía distinguir a los diez u once seres que ahí nadaban. Decidió que el cambio de agua no podía esperar más. 

Metió los peces naranjas en la bañera llena y fregó bien las paredes de vidrio que se habían puesto verdosas de algas, al tiempo que meneaba caderas y movía los pies siguiendo una melodía en su interior. Luego dejó el grifo de la cocina abierto para que se fuera llenando la pecera mientras acababa de vestirse. 

Hay que saber que Leti era miope y que, para ponerse la camiseta o el pulóver, debía quitarse los anteojos que agrandaban sus bellos ojos verdes. Así que estaba en el cuarto dando pasos de baile entre la cama y el ropero, las gafas apoyadas probablemente –aunque con Leti este tipo de cosa no podía afirmarse a ciencia cierta- en la mesa de luz, mientras oía cómo el chorro iba llenando con su sonido cada vez más grave la pecera rectangular, cuando de repente sintió un estruendo. Las paredes de vidrio habían cedido a la fuerza del agua que ahora estaba derramándose en cascada de la pileta al suelo de la cocina.

Leti corrió hacia ahí sin las gafas que no pudo encontrar. Atinó a cerrar el grifo y, sin dejar en ningún momento de menearse al compás de su melodía matinal, secó con trapos y toallas la inundación. Cuando acabó, había transcurrido más de media hora. Todavía le faltaba peinarse y pintarse. Fue al baño. ¡Había olvidado los peces! ¿Dónde los pondría mientras tanto? 

Leti no sabe si fue verdad o un espejismo ya que –como dijimos- no veía a dos palmos sin gafas. Pero de lo que sí estaba segura era de haber oído una melodía que no conocía de antes. Al empinarse sobre la bañera vio cómo los pececitos naranjas, en lugar de nadar de un punto a otro sin rumbo aparente como solían hacer, se habían formado, unos mirando al frente y otros de cola, y sacudían sus pequeños cartílagos, avanzando y retrocediendo en una coreografía digna de Broadway, al tiempo que entonaban una canción en inglés que decía: “Talk to Lisa, talk to Lisa.”

Leti pensó que nadie en la oficina le creería pero que sin duda tendría que llamar a Lisa. Ella sí comprendería. 


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